“Hubo un tiempo que fue hermoso y fui libre de verdad, guardaba todos mis sueños en castillos de cristal. Poco a poco fui creciendo, y mis fábulas de amor se fueron desvaneciendo como pompas de jabón…”
Canción para mi muerte, Sui Generis.
Canción para mi muerte, Sui Generis.
En esta realidad hubo un momento o punto de inflexión que no fue natural, sino producido con una intención y un fin determinado, ese momento fue en el año 1983 cuando el evento posibilitó llevar a cabo uno de las agendas más siniestras y macabras desde el acuerdo del Pacto. En Montauk Point en 1983 la realidad en que vivíamos fue cambiada y nada volvió a ser igual. Hubo un tiempo donde la palabra era suficiente para cerrar un trato, donde la vereda era el parque de juegos de los niños, donde los domingos era motivo de reuniones familiares y la mesa un altar del alma, donde las bolitas (canicas) o las muñecas tenían el valor justo del sacrificio para poder comprarlas, donde las figuritas del momento valían más que el dolar, donde una bicicleta era la mayor felicidad y anhelo, donde las películas de los sábados eran en blanco y negro y el valor estaba en el argumento y no en los efectos especiales, donde los tres chiflados representaban el inocente humor de una niñez limpia y sana, donde el video juego estaba en las espadas de palo en el baldío de la esquina, donde un vecino era un amigo que festejaba junto a nosotros las fiestas, donde la escuela era el segundo hogar, donde se educaba por amor al niño y la educación no era una prisión de adoctrinamiento por amor al sistema, donde la merienda era con leche de verdad y no con un producto sintético y vitamínico ordeñado en un laboratorio, donde el almacén era de Don Pepe y no de Walmart, donde la comida era comida, donde la verdurita para el cocido la regalaban, donde Facebook era las tardes de verano en la casa del que tenía pelota, donde una selfie no tenía sentido porque nunca nos mirábamos al espejo, donde una foto con los amigos era en una fiesta en algún cumpleaños, donde todos se sentaban a la mesa para comer, donde decir amigo era decir hermano, donde hasta los delincuentes eran humanos y no demonios, donde los valores morales estaban por encima de los valores económicos, donde la familia era el núcleo de la sociedad, donde el sueldo del padre alcanzaba para vivir y ahorrar, donde la mujer era mujer y el hombre era hombre, donde se cumplían los roles con orgullo y responsabilidad, donde se cantaba a la bandera cuando se izaba por la mañana y cuando se bajaba por la tarde, donde el patriotismo no estaba en la patria financiera sino en el orgullo de pertenecer a una sociedad valedera donde el prójimo era considerado como parte de un todo y se velaba por su crecimiento y bienestar.
El mundo cambio en 1983 y hay que volver a lo que se dejó, volver a cambiar, hay que volver a esos valores perdidos, a esa responsabilidad natural, a esa felicidad innata del niño que aún ama la vida. Ahora, todo nos arrastra al agujero negro de la inconsciencia programada y al vale todo, a la postura corporal del “vean que hermoso y canchero que soy”, al juego o «deporte» peligroso del “vean lo valiente y arriesgado que soy”, al gesto y vestimenta del “vean qué onda que tengo”, al ridículo video del “vean que idiota pero famoso que soy”, a los movimientos y mudras de manos del «vean mi ritmo machito y callejero«, al videíto tonto pero emotivo de youtube, a la fotito con piquito del selfie de facebobo, a la jarrita alcohólica de la “previa” del fin de semana, a la ropita grande y gorrita torcida del imitador de USA de la esquina, al me fumo un porro porque soy «reggae» y está de diez, a la gran parodia de la realidad armada para la total degradación de la sociedad.
Volver a la línea original no es tarea fácil, pues las energías en contra son tremendas y exige voluntad, compromiso, decisión, docencia, pero sobre todo, amor, amor a nuestro prójimo, a nuestros hijos, a nuestra patria grande, a nosotros mismos pero sobre todo, amor a la vida, un amor que se perdió desde el momento que se perdió la Humanidad. La experiencia del Grupo de DDLA en Facebook me ha mostrado lo difícil que es luchar contra la inconsciencia, lo difícil de no ser drenado hasta las entrañas de energía por un monstruo que sólo quiere más y más, lo difícil que es mantener al conjunto equilibrado y consciente, lo difícil de no ser consumido por las pasiones de las exo y endo energías que produce la necesidad de protagonismo que Facebook promociona con cada inconsciencia de los que participan, lo difícil de transmitir el despertar en un medio creado para la fascinación, lo difícil de ser SER en un terreno de egos. Creo que no debemos entregar más energía que la necesaria a ese monstruo y a esta falsa realidad hasta que logremos volver a la nuestra, la que nos robaron en 1983, volver al origen desde el presente, modificando el pasado para que nuestro futuro sea el presente del Dragón.
No daré tregua a quien intente impedir este propósito de volver al origen de nuestra felicidad, porque “el futuro existe y ya pasó” pero hay que manifestarlo para que sea presente y podamos disfrutar nuevamente de su gloria.
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Aquel_que_es_instruido » Jeffty tiene cinco años, de Harlan Ellison