En un monasterio budista dos discípulos destacaban particularmente por su brillante inteligencia, si bien eran muy diferentes el uno del otro. El primero solía pedir al abad que le dejara salir del monasterio para ver el mundo y en él poder poner en práctica su zen. El otro se contentaba con la vida monástica y, aunque le hubiera gustado ver el mundo, esto no le creaba ningún afán en absoluto.
El abad, que nunca había accedido a los pedidos del primer monje, pensó un día que tal vez los tiempos eran maduros para que los jóvenes monjes fueran puestos a prueba. Les convocó, anunciándoles que había llegado el momento de que se fueran por el mundo durante todo un año. El primer monje exultaba. Dejaron el templo el día siguiente al amanecer.
El año transcurrió rápido y los dos monjes regresaban al monasterio con muchas experiencias para contar. El abad quiso verles para conocer lo que ese año había supuesto para ellos y qué habían descubierto durante su estancia en el mundo laico.
El primer monje, el que quería conocer el mundo material, dijo que la sociedad está llena de distracciones y tentaciones, y que es imposible meditar ahí fuera. Para practicar el zen no existe mejor lugar que el monasterio.
El otro, por el contrario, dijo que salvo algunos aspectos superficiales no encontró gran diferencia a la hora de meditar y practicar el zen en el mundo exterior. Por tanto, a su parecer, quedarse en el templo o vivir en sociedad, le resultaba igual.
Tras haber escuchado ambos relatos, el abad les dio a conocer su decisión: al segundo monje le concedió la autorización para que se fuera. Al primero le dijo: «será mejor que tú te quedes aquí, todavía no estás preparado».
Como en este cuento Zen, algunos creen estar preparados para enfrentar ciertas cosas, manejar energías, decodificar información y señales, y hasta otorgarse cierta jerarquía que no les corresponde, creyéndose preparados para manejar los acontecimientos sin que estos les afecten. Otros en cambio, desde la humildad y consideración, en silencio y con respeto, saben que todo llega naturalmente cuando tiene que llegar, y que un maestro nunca dejará de ser alumno porque no olvida cómo y porqué llegó a maestro. No olvida el camino recorrido, sus comienzos y a sus maestros que lo iniciaron en ese camino. El respeto a esos maestros, situaciones y acontecimientos que fueron guiando sus pasos, será el respeto que se tendrá así mismo y la vara con la que medirá sus acciones.
Tendemos al olvido, a olvidar qué y quienes colaboraron para que seamos lo que somos, olvidamos que algún día fuimos neófitos en las artes que ahora manejamos, olvidamos que alguien en algún momento nos instruyó, guió y enseñó a manejarlas, olvidamos que seguimos siendo alumnos y de la noche a la mañana nos creemos maestros capaces de enfrentar y manejar lo mismo que nuestros instructores olvidando de que por algo son nuestros instructores. Cuando esto sucede, el aprendizaje se detiene, pues la arrogancia asoma y ataja a la humildad en la puerta del corazón. Aún ahora, sigo respetando a mis guías y maestros, sabiendo que me falta mucho camino para llegar a ser lo que ellos son, pues me llevan existencias de aprendizaje y entrenamiento en esta y otras realidades. Pretender ponerme a la altura de ellos, o discutir sus acciones o decisiones, sería una falta de respeto y consideración, desmereciendo lo que son ellos y lo que soy yo, pero, si el olvido me nublara el corazón, seguramente que ahora estaría sobre ellos creyendo que el alumno igualó y superó al maestro, cuando sólo lo midió con la misma vara que se midió, con la vara del olvido, la soberbia y el error.
Nuestros maestros siempre serán nuestros maestros, con el tiempo pueden convertirse en queridos amigos, compañeros o hermanos, pero siempre serán nuestros maestros, así como nuestros padres siempre serán nuestros padres pese a que tengamos muchos años y nos veamos iguales a ellos. Nunca debemos olvidar los acontecimientos del camino recorrido, y menos aún el camino que nos queda por recorrer, porque si el olvido nos alcanza, borrará los pasos caminados, borrará el camino y borrará al caminante, dejando solo la ilusión de haber llegado sin camino, la ilusión de tener un título de maestría sin maestros, cuando solo somos tristes egos engañados por la soberbia y el olvido. No se olvide, no somos el fin ni la causa en este camino, solo somos los instrumentos de algo mayor, somos los ejecutores de los designios de la existencia, intentando recordar no olvidar.