El 70% de la superficie de nuestro planeta está cubierta de agua y solo el 30% es territorio continental. Podríamos perfectamente llamar a la Tierra, el planeta “Agua” sin faltar a la verdad. Aproximadamente el 1% de nuestra atmósfera también contiene agua atmosférica o vapor de agua, siendo este, luego del nitrógeno y el oxígeno, el compuesto más abundante en la atmósfera terrestre. Los océanos son los únicos lugares de la tierra que no pueden ser habitados ni colonizados y que se rigen por leyes internacionales. Estas leyes dicen muy resumidamente que cualquier embarcación que porte la bandera (símbolo) de su país, es considerada como “territorio terrestre” de ese mismo país, por tanto, sus leyes son propias del almirantazgo de la nación de esa embarcación. Esto significa que no hay una ley única en las aguas internacionales, sino una normativa de leyes individuales que solo pueden ser ejecutadas en puerto o a bordo del propio navío.
Toda batalla naval entre naciones es librada en aguas continentales, nunca en aguas internacionales, pues eso sería una violación a la ley del almirantazgo comprometiendo a todos los países a involucrarse en la contienda si así lo creen, pues podría ser considerado como un ataque internacional. No es mi intención hablar de la ley marítima del almirantazgo, ni de las letras mayúsculas, el hombre de paja o la ley natural, pueden encontrar bastante al respecto en Internet, sino, desarrollar como las aguas y las tierras, más allá de lo ya conocido por todos, influyen sobre las energías telúricas y metafísicas del planeta y la humanidad.
Antes de esta civilización, los océanos eran parte de los continentes. Atlántida, Lemuria y Mu, eran civilizaciones oceánicas y sus territorios terrestres formaban parte de los océanos, eran “aguas secas” que los océanos bendecían para que la humanidad habitara en sus territorios terrestres. La única ley que existía era la ley del agua y la tierra, la ley hiperbórea donde la vida se reconoce como parte de las aguas y sus tierras. Nuestros cuerpos están compuestos por un alto porcentaje de agua, podríamos decir también que somos territorios de aguas secas. Nacemos del agua y nuestros cuerpos se convierten nuevamente en tierra y agua cuando mueren.
El agua rige a la tierra y está contiene a las civilizaciones que habitan en las aguas secas. La influencia de las aguas es tan grande que no podría existir la vida sin ella. Nuestra civilización occidental actual no se enteró ni comprendió nunca que somos hijos del agua, porque hace miles de años nos contaron que el hombre fue hecho de barro, manipulándonos y haciéndonos creer que el barro era solo tierra despreciando el agua. De esta manera, tiempo después pudieron crear sus propias leyes marítimas del almirantazgo, sus hombres de paja, sus letras mayúsculas y su falsa ley natural con las que ahora nos dominan, manipulan y enfrentan, convirtiendo al humano en una moneda de cambio, en un recurso natural, en un bono que cotiza en bolsa, en sal de la tierra tirada y pisoteada sin valor humano alguno.
Mateo 5:13
13 «Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres.»
La moneda de cambio más antigua que se conoce es la sal. La sal o cloruro de sodio (NaCl), además de sus propiedades y múltiples usos conocidos, como el condimento de alimentos, secado y curtido de pieles, elaboración de pan, conservación de carnes rojas y pescado, etc., tenía un valor real agregado que era el paradigma que representaba, pues la sal era considerada el alma de las aguas oceánicas, y disponer de sal, era disponer una parte de esas aguas, un título de propiedad marina que daba a su poseedor estatus y riqueza. Las primeras guerras fueron por la sal, pues era más valiosa y deseada que cualquier metal, mineral o piedra preciosa conocida. Poseer los territorios salinos era poseer las aguas secas más valiosas y preciadas de la tierra y, por tanto, tener el control terrestre de la civilización. Fue en ese entonces cuando se comenzó a separar agua y tierra, creando leyes terrestres por un lado y leyes marítimas por el otro. Al día de hoy hay un enfrentamiento entre estas dos posturas, entre la ley marítima y la ley terrestre. Quien gane esta contienda ganará el territorio terrestre de las aguas secas más valiosas del planeta, pues obtendrá la sal del mundo, la sal que ilumina y vivifica el agua y la tierra.
Mateo 5:14-16
14 «Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder.»
15 «Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa.»
16 «Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.»